jueves, 26 de mayo de 2016

LA ERA DE LOS PORTAAVIONES AL PUNTO DE TERMINAR

La terminología militar es rica en jerga destinada a describir el intrincado organigrama de cada arma de ejército. Y su significado es casi siempre desconocido para el gran público, que sería incapaz de responder a cuestiones como "¿Cuántos soldados tiene una división?" o "Un ala completa, ¿cabe en un único hangar?. En cambio hay una palabra que casi todos, especialmente los enemigos de Estados Unidos, entienden: Flota.
Los grupos de navíos que, como la Quinta Flota, envía la potencia a los confines de la Tierra son desde hace años una de las herramientas de presión diplomática hacia el exterior, y de respuesta mediática hacia los propios votantes, con las que mejor trabajan los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca.
Desde luego, impresionan sus cruceros de misiles Aegis, los destructores de la clase Arleigh Burke y el submarino nuclear que, junto con algún que otro buque logístico como petroleros, suelen formar parte de la punta de lanza de esas flotas. Pero todos ellos son meros auxiliares de un barco mayor, en el que el comandante del grupo tiene su asiento, y por tanto su bandera. El buque insignia por excelencia: el portaaviones.
Los 70 aviones que transporta no sólo crean en el aire la misma burbuja defensiva que sostienen los submarinos bajo la lámina de agua. Son sobre todo una fenomenal arma ofensiva que permite a Estados Unidos realizar ataques sobre casi cualquier país de la tierra, evitando el siempre engorroso trámite de tener que contar con aliados para desplegar una fuerza aérea. Los portaaviones son, sin más, auténticas bases flotantes que pueden anclarse allí donde haya aguas internacionales.
Pero el tiempo de estos titanes está tocando a su fin. Esa es la tesis de Ben Ho Wan Beng, analista senior de una prestigiosa escuela de estudios internacionales con base en Singapur, y que ha sido publicada por el United States Naval Institute. El analista señala que dos fenómenos, por encima de otros, constituyen una amenaza seria para el futuro de estas bases aéreas flotantes.

Un alcance insuficiente

Está en primer lugar el rango de las aeronaves embarcadas. El grueso de los cazabombarderos de la Marina son F-18, y tienen un rango de 500 millas náuticas (926 kilómetros) que, una vez descontada la distancia a la línea de costa que por mera seguridad deben mantener los grupos de ataque, apenas basta para perseguir objetivos tierra adentro. Eso es especialmente malo cuando se trata de atacar países con eso que los analistas llaman "profundidad estratégica" (en román paladino: espacio para replegarse tierra adentro).
Ni siquiera la llegada del F-35 (cuyo desarrollo es ya todo un culebrón) cambiará demasiado esta carencia: este fantástico avión tiene muchos puntos fuertes, pero la autonomía no es uno de ellos, puesto que incrementa el rango operativo apenas un 10%, hasta las 550 millas náuticas.
Pero es que además, y al mismo tiempo, los principales enemigos de EEUU (China y Rusia), están desarrollando una nueva generación de misiles de largo alcance cuya velocidad y letalidad creará una línea defensiva invisible, pero muy real, a más de 800 millas náuticas de la costa.
De nada sirve lanzar decenas de aviones a un ataque combinado, si el portaaviones al que tienen que volver ha sido destruido, por ejemplo, por uno de los misiles DF-21 que China fabrica, y que en un sólo impacto es capaz de mandar al fondo del mar un buque de 335 metros de eslora, con sus 6.000 marineros a bordo.

Guardar las distancias

El analista explica por eso el futuro naval de EEUU en términos muy similares a los que podrían escucharse en una presentación de servicios de red, y bajo lo que muchos han llamado hace tiempo "letalidad distribuida".
Se trata, sin más, de un nuevo paso del péndulo de la carrera armamentística por cada uno de los dos extremos por lo que respecta a la potencia de fuego, y que puede explicarse en la pregunta: ¿Es mejor un gigantesco cañón o una multitud de cañones pequeños?
La balanza se inclina ahora por la segunda proposición: reducir el tamaño de los grupos de ataque y multiplicar su número, haciendo que estén compuestos por navíos más pequeños -también más robotizados- y que se encarguen tanto de combatir a otros buques, como de atacar los objetivos en tierra con la última generación de misiles Tomahwak, perfectos para impactar hasta a 900 millas náuticas (1.668 kilómetros) de distancia... y que no necesitan hacer el camino de vuelta a casa.
Por eso, quizá en las próximas décadas el verdadero temor de los enemigos de Estados Unidos no sea escuchar palabras como "portaaviones", sino "destructores" o "buques de combate litoral". En cuanto a los grupos de ataque actuales, quizá podrían sobrevivir con su pintoresca panoplia de naves, aviones, submarinos y petroleros, pero su labor sería mucho menos importante: machacar el terreno sólo cuando sea completamente seguro acercarse un poco más a la costa.

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