Desde septiembre de 2008, cuando la crisis aún era incipiente en nuestro país, el paro ocupa el primer lugar entre las preocupaciones de los españoles. Trimestre tras trimestre, las encuestas reflejan un pesimismo cada vez mayor ante el panorama laboral del país y las expectativas de encontrar un trabajo, que no parecen crecer a pesar de los tan sonados brotes verdes que invaden la macroeconomía pero que sin embargo no terminan de llegar al tejido empresarial. Más información en la revista gratuita 'Franquicias y Emprende'
Y, así las cosas, no es raro que más de uno decida emprender un negocio por cuenta propia como vía alternativa al desempleo. De hecho, son numerosos los informes y estudios que reflejan una tendencia cada vez más acusada al emprendimiento por necesidad. Camuflada bajo lemas positivos como "el emprendimiento repunta en España" que construyen los discursos de nuestros políticos, lo verdaderamente importante no es la tasa de creación de empresas -que, cierto es, se ha estabilizado tras algunos años de caída-, sino qué factores han motivado ese aumento.
Esto, que parece algo meramente circunstancial, no lo es: la falta de vocación y de oportunidad provoca no sólo una total falta de conocimiento e interés en el ecosistema emprendedor y las medidas y leyes que lo regulan, sino que además reduce la esperanza de vida de estas empresas a pasos agigantados, tratándose más de una solución transitoria que de verdadera vocación emprendedora. Y esto, que algunos ya tachan de burbuja, acabará por tener efectos devastadores.
Fabricarse un empleo
De acuerdo con el último Observatorio del Clima Emprendedor, elaborado por Sage y la fundación Iniciador, el 35% de los españoles que montan un negocio propio lo hacen empujados por la falta de oportunidades en el mercado laboral, no por convencimiento ni por haber encontrado una oportunidad o nicho que explotar.
Esta tasa, en constante aumento, es asimismo uno de los puntos más resaltados en el Informe Global Entrepreneurship Monitor (GEM) para España en el año 2013, cuya Tasa de Actividad Emprendedora -TEA, por sus siglas en inglés- demuestra además que, si el emprendimiento por oportunidad ha caído 5,5 puntos porcentuales respecto a 2012, el impulsado por necesidad ha sufrido, en el mismo periodo, un aumento de tres puntos.
Y estos datos no son baladí: de hecho, son uno de los principales motivos por los cuales el tejido empresarial español tiene una tasa de mortalidad tan alta: se crean muchas empresas sí, y reciben muchos fondos -sobre todo si se describen a sí mismas como startups de base tecnológica-, pero la mayoría no sobrevive a los dos años y apenas un 4% alcanza los cinco años de vida.
Porque, si algo caracteriza a las empresas montadas como solución a la situación de desempleo, es que sus creadores suelen carecer -con honrosas excepciones- de la vocación y formación necesaria para regentar la sociedad de manera correcta. Algo contrario a los rasgos que reunía el emprendedor ideal: pasión y convicción para llevar a cabo, hasta el final, su proyecto.
Esa falta de formación se da no sólo en los estudios necesarios para poder regentar una sociedad o negocio -como pueden ser la Economía o la Administración de Empresas-, sino también, y más agudamente, en las medidas que regulan el ámbito emprendedurial en nuestro país: de hecho, un 70% de los jóvenes españoles querría emprender, pero apenas el 21% conoce las políticas para ello. Y, que más de las tres cuartas partes de los jóvenes españoles desconozcan las medidas y políticas de financiación del Gobierno para los emprendedores, da mucho que pensar.
Poco crédito, mucha burocracia
Son los dos grandes peros del ecosistema emprendedor en España. Tanto, que sitúan a España en un más que mediocre puesto 52 en el ranking de países que facilitan la creación de empresas, y eso tras haber escalado varios puestos. En un índice liderado por potencias emergentes como Singapur, Hong Kong y Nueva Zelanda, en nuestro país no sólo es cada vez más complicado acceder a los créditos bancarios -por lo que cada vez se recurre más a fuentes alternativas-, sino que además el proceso de creación de empresas es mucho más lento y pesado que en los países vecinos, pese a luchar el Estado contra ello con sus nuevas reformas.
De hecho, el Doing Business 2014, informe mundial de referencia en el sector, no deja de aplaudir las reformas que ha emprendido España en los últimos tiempos para agilizar la creación de empresas, que ha conseguido reducir el tiempo medio que se tarda en abrir un negocio de 28 a 23 días, pese a seguir situándose todavía por debajo de la media europea, que está en los 25 días.
Sin embargo, este plazo sigue siendo excesivamente amplio frente a países como Nueva Zelanda, donde cualquiera puede crear un negocio en apenas un día y con unas tasas prácticamente inexistentes. Y es que, pese a las reducciones burocráticas en nuestros país, las pequeñas y medianas empresas siguen estando sujetas a regulaciones gravosas y a normas ambiguas, que dan lugar a situaciones de gran ineficiencia para el sector empresarial.
Respecto a la escasez de crédito, el otro gran punto débil del panorama nacional en lo que a emprendimiento se refiere, cada vez se atisban en el panorama más alternativas que copan el hueco dejado por la financiación bancaria. Desde los préstamos participativos hasta procesos de inversión, pasando por incubadoras, business angels, aceleradoras y plataformas de micromecenazgo.
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