Desde hace tres años, Coca-Cola ha ido introduciendo en nueve países lo que llaman Plantbottle, una botella con un 30% de plástico generado de residuos de cultivos, sustituyendo en esa proporción al polímero derivado del petróleo.
Por otro lado, la compañía española Abengoa ya trabaja con una refinería piloto para convertir los residuos sólidos urbanos en biocombustibles.
“Transformamos la basura en una fuente de energía. Intentamos gestionar un problema para cualquier ciudad a nivel mundial”, explica Antonio Vallespir, vicepresidente ejecutivo de plantas industriales de Abengoa.
Estos son solo dos ejemplos del poder de la biotecnología para revolucionar la economía.
De hecho, Europa trabaja a medio plazo para transformar el sector energético e industrial, usando materias primas residuales y renovables para conseguir nuevos combustibles o repensar los procesos químicos y agroalimentarios.
Es lo que se ha denominado como bioeconomía, un sector que pretende cambiar el modelo productivo hacia uno más sostenible.
La bioeconomía será uno de los ejes centrales del evento Biospain 2014, que comienza hoy en Santiago de Compostela, donde se reúnen las empresas del sector biotecnológico de España y, por primera vez, con una presencia relevante de compañías de Latinoamérica.
Actualmente, la bioeconomía en la Unión Europea emplea a 22.000 personas y mueve alrededor de 2.000 millones de euros, según datos de la Comisión.
La mitad provienen del campo de la alimentación y el resto se reparte entre agricultura, papel y madera. Según las estimaciones, en 2025, por cada euro invertido en el sector, se conseguirán 10 euros de retorno.
La Comisión Europea se ha comprometido a invertir 975 millones dentro del programa Horizonte 2020 para fomentar la investigación en este campo, a los que hay que sumar 2.730 millones provenientes de un consorcio de industrias. En total serán 3.705 millones para dar un impulso a la innovación.
“Lo que se busca es obtener productos, como biocarburantes, enzimas, jabones, vinos o textiles, utilizando materias primas renovables. Europa pretende conseguir una economía más sostenible que reduzca la emisión de CO2, sus efectos colaterales y la dependencia del petróleo”, asegura Josep Castells, presidente de Inkemia, compañía cotizada en el MAB.
Las materias primas pueden ser muy diversas: algas, aceites vegetales, residuos de cultivos, forestales e industriales, basuras, lodos e incluso de restos de mataderos. En Europa, los biocombustibles suelen provenir de paja de trigo y en EE UU, de los restos de producción de maíz. Compañías petroleras, químicas, textiles, alimentarias e incluso de la automoción se benefician.
“Algunos vehículos ya cuentan con plásticos provenientes de biopolímeros, que además tienen menos peso, por lo que ganan en eficiencia”, descubre Javier Velasco, director general de Neol, una filial de biocombustibles de Repsol. Aunque los cambios van más allá. “No se trata solo de obtener nuevos productos, sino de que la industria incorpore la biotecnología en sus procesos”, apunta Castells.
La empresa sevillana Abengoa se ha convertido en uno de los líderes mundiales en biocombustibles. Posee seis plantas en funcionamiento en Europa y otras seis en Estados Unidos de bioetanol y biodiésel de primera generación (cultivos como materia prima), además de una pionera planta de segunda generación (de residuos del maíz) en Kansas (EE UU), que ya produce 100 millones de litros anuales de etanol.
Estos carburantes se mezclan, hasta en un 10%, a los combustibles tradicionales. “Uno de los retos actuales es ser competitivos, además de sensibilizar a los consumidores y a la Administración sobre la necesidad de estos productos”, cree Vallespir.
“Tenemos diferentes barreras. Por ejemplo, que la materia prima esté disponible a precios constantes. Nos enfrentamos a un sector petroquímico con 100 años de experiencia, muy maduro y muy competitivo”, coincide Velasco.
Aunque a los biocombustibles se les achacó que hicieran subir los precios de determinados cultivos, los expertos lo niegan, e insisten en que el futuro pasa por el uso de los residuos agrícolas.
“El sector no puede estar nunca frente a la alimentación humana, es uno de nuestros principios”, añade Alfredo Aguilar, presidente del grupo de trabajo de bioeconomía de la Federación Europea de Biotecnología, que agrupa a más de 100 instituciones del continente. “No debe haber distorsiones en la opinión pública”, conviene Castells.
Por su parte, Aguilar insiste en que una de las revoluciones en la sostenibilidad debe provenir de la agricultura, para que se haga “más con menos”.
Para Aguilar, el reto de transformar la producción solo acaba de comenzar: “La bioeconomía es un proceso que no acaba en 2020. Durará varias décadas, hasta que encontremos otras fuentes de energía”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario